El Pistolero (Diario La Verdad de Murcia)
Relato para la sección de verano del diario La Verdad
Sabado 29 Julio 2023
EL PISTOLERO
M.P. Conn
Aquella mañana despertó con la niebla que se alzaba en finas hebras a su alrededor. Por la espesura supo que no debía andar muy lejos del rio Wabash. Llevaba semanas de camino sobre su fiel caballo Trickster. Habían cruzado tres estados para llegar por fin a Indiana. Un aviso primigenio recorrió su cuerpo en cuanto cruzó la frontera. No necesito apenas guiar al caballo hacia el norte, estaban tan en sintonía que podía dejar las riendas sueltas confiado en que avanzarían en la dirección correcta.
El día anterior pasaron por Murray. No quiso reposar en aquel pueblo de mala muerte todo cubierto de barro, incluido a sus gentes, asomadas hambrientas a las ventanas para contemplar al viejo pistolero pasar. No alcanzó a comprender cómo corrió la voz que iba en su dirección. Procuró sentarse derecho en el caballo, el ala del sombrero tapaba su rostro ante las miradas curiosas.
Dejó aquella postura incomoda para curvarse sobre el caballo en cuanto se vio solo. Tenía sesenta años y la herida del costado no había dejado de supurar desde que salió de Ohio. Un valiente se cruzó con él en Millersburg deseoso de ocupar su lugar, de hacerse un nombre con su revólver. Era solo un crio. Lo dejo desangrándose sobre el suelo húmedo y rico de aquella tierra. El estruendo de los disparos levantó una bandada de estorninos que volaron en una nube negra hacia el norte. Los siguió, la sangre le corría lenta por el costado, el pañuelo del cuello poco podía hacer para frenar aquel rio por el que se le iba la vida.
En poco tiempo encontró el rio Wabash que fluía cobijado entre un bosque de arces plateados, álamos y arbustos. Desmontó, Trickster relinchó ante el alivio al verse libre de su carga. El pistolero tropezó en la orilla, el agua fría mojó sus botas. Gimió ante el dolor de la herida abierta. La bala le había atravesado limpiamente el costado. Estaba seguro de no haber dañado ningún órgano, pero la infección recorría su cuerpo en sacudidas, la fiebre parecía el velo que subía veteado de rosa desde el agua. La luz espectral del alba cubría lenta el bosque, estrechas rendijas entre las ramas de los arboles dejaban pasar su claridad mientras recogía con dificultada leña para la hoguera. El fuego crepitaba cuando se tumbó sobre la raída manta que usaba para el caballo. El olor almizclado del tejido le reconfortaba ante los latidos de dolor.
Imaginó que la punta del cuchillo brillaba igual que lo harían las llamas del infierno cuando cauterizó la herida. El dolor era una escasa penitencia por todas las vidas truncadas con su pistola. No sabe al despertar cuanto tiempo ha pasado, las brasas del fuego yacen frías. El caballo relincha, lo busca con la mirada, se ha soltado y come hierba tranquilo no muy lejos de él. Tiene la sensación de que ha pasado un día entero ahí tumbado bajo el cielo plomizo. Es consciente que ahora mismo cualquiera podría pegarle un tiro, no tiene fuerza ni destreza para defenderse.
Ensilla a Trickster y retoma el camino para seguir el rio cuando le es posible. Calcula que le queda un día, a lo sumo dos, para llegar a su destino. Le recorre una sensación desconocida al contemplar el reconocible paisaje desplegado ante él. Eleva la vista para vislumbrar el cielo entre las siluetas de las ramas recortadas contra el azul celeste. Recuerda que de niño se pasaba el día en el bosque para huir de la monotonía de la cabaña y del arduo trabajo consistente en sobrevivir. Cuando se convirtió en muchacho, una mañana empezó a caminar sin mirar atrás. Han pasado muchos inviernos desde entonces. Esta seguro que tendrá vástagos desconocidos en algún lugar, nunca supo quedarse para averiguarlo. La soledad pesa, eso nunca lo vislumbras cuando eres joven.
El caballo lo despierta de su ensoñación, el animal intuye que los siguen de cerca. Una súbita sensación de cansancio invade al viejo pistolero, reflexiona si dejar que el destino decida por él. Desmonta del caballo, nunca huyó de una pelea. Da una palmada al trasero de Trickster para que se aleje en silencio entre la penumbra de los álamos. Cuando lo pierde de vista busca el mejor lugar para aguardar. Intuye que no será una espera larga. Siente la tensión en los hombros que le avisa que el duelo esta cerca. Los dedos de la mano se destensan junto a su revólver, respira despacio procurando desacelerar el ritmo del corazón.
Una sombra se desprende de la oscuridad del bosque. Un hombre joven de fríos ojos azules da unos pasos sobre la hojarasca esparcida por el suelo hasta situarse frente a él. Siente la tensión que desprende, contempla su mano rígida al lado de su Colt 45. No está listo todavía, puede intuir la incertidumbre y el miedo que lo envuelven. El viejo pistolero espera tranquilo, ha pasado por esto muchas veces, nada va a sorprenderle.
Percibe un leve movimiento del hombre al levantar este la barbilla y antes de que pueda sacar el revólver de su funda, la bala del viejo pistolero le ha atravesado el centro de la frente. El estruendo se dispersa como un clamor por el cielo estrellado que se abre sobre el pistolero. Levanta la vista hacia esa oscuridad infinita, una sola lágrima recorre su mejilla.
Vuelve a contemplar la vasta noche en la pradera que se abre ante él al proseguir su camino. El cansancio que siente no es solo físico, una tristeza desoladora le envuelve. Nunca ha dudado de sí mismo, nunca se preguntó porque se había convertido en lo que era, nunca pensó en lo que dejó atrás. No busca perdón. Busca el recuerdo impoluto de la imagen de su cama de niño cobijada entre las vigas del techo de la cabaña. La colcha a cuadros hecha con los retazos de telas descoloridas, el conejo de trapo con las orejas largas recostado sobre la almohada.
Trickster se detiene. Una mujer mayor con profundos surcos de tristeza esculpidos sobre el rostro le observa desde el sendero que bordea al rio, vestida de violeta por la luz del alba.
—He vuelto, mamá.
Comentarios
Publicar un comentario